Sobre viajes y maneras de viajar es un tema del que se habla mucho últimamente. Responsable y sostenible van de la mano con el viajero y, junto con el pasaporte, se han vuelto indispensables en todo equipaje.
Con nuestra cantimplora para rellenar y nuestro cepillo de bambú nos creemos los viajeros más ecofriendly y, como tales, nos colgamos la medallita en forma de hashtag. Porque lo más importante aquí no es el planeta, sino el reconocimiento en la red.
Pero siento decirte que eso no es suficiente.
Vayamos a ver cómo empezó todo. La primera agencia de viajes surgió en el siglo XIX, concretamente en el año 1841. Thomas Cook, el fundador, organizó un viaje en tren para que sus feligreses pudiesen ir a una reunión de la Asociación de Alcohólicos Anónimos que se celebraba en la población de Loughborough, en Reino Unido. Fueron tan solo diecinueve kilómetros, un viaje de ida y vuelta que incluía un refrigerio, pero sentó las bases de la forma de viajar que conocemos ahora. Facilitar las cosas al viajero y hacerlo sentir como en casa.
Que expresión más peligrosa e incoherente. Viajar para estar como en casa…
Ahora hay viajes de todo tipo, para cualquier público, y con ofertas y posibilidades infinitas. Con las opciones low-cost y las pulseritas de todo incluido, el viaje se ha vulgarizado, convirtiéndose en un objeto de consumo más, desnudo de todo propósito que no sea el de huir de nuestra cotidianidad y consumar nuestro mayor derecho, las vacaciones.
Como tribus nómadas nos movemos de una punta a la otra del globo, llevando con nosotros todos los juicios de valores (occidentales, por supuesto), necesidades y hedonismos. Nos hemos convertido así en unos invasores sibaritas, merecedores de todos los lujos.
Desde que los viajes se han convertido en un derecho, en la recompensa del arduo trabajador que durante once meses ha tenido la mente y la esperanza puestas en esas semanas de vacaciones, el negocio de los viajes se ha centrado en ofrecer el máximo de comodidades y placeres a un precio competitivo, al alcance del trabajador medio(cre).
Y otorgar al viaje el calificativo de derecho es muy peligroso porque incita a poder imponer tus gustos y opiniones allá donde vayas. Porque tú lo vales. Te lo has ganado y, además, estás pagando por ello. Pero, ¿te has parado a pensar en el precio que tiene ese derecho?
Según la RAE, derecho es la posibilidad legal o moral de hacer algo. Atención, posibilidad, no permiso. El matiz es importante.
Las diferentes regiones del mundo, conocidas coloquialmente como destinos turísticos, se han visto obligadas a transformarse por la incapacidad o negativa del viajero a exponerse a lo desconocido.
Así, surge la ruta Banana Pancake en el sudeste asiático, donde los paladares occidentales no tendrán problema alguno a la hora de desayunar. Este es un simple ejemplo, entre miles, y no hay que irse tan lejos para ver los estragos que ha hecho y está haciendo el turismo. Y es que el hecho de viajar a otro lugar del mundo implica un respeto y una educación que muchas veces nos las olvidamos en casa.
Me gustan las citas y hoy le toca el turno a Clifton Fadiman:
‹‹Cuando viajes, recuerda que los países extranjeros no están diseñados para que te sientas cómodo. Están diseñados para que su propia gente se sienta cómoda››.
En los últimos años ha surgido una forma de peregrinaje moderno. Visitar ese lugar sagrado se ha convertido en la finalidad del viaje. Como peregrinos, viajamos con el propósito de tener esa foto deseada y pisar ese lugar venerado por tantos turistas previamente. Colas interminables para inmortalizar el momento, que testifique que estuvimos allí, que fue real, y así conseguir la admiración de miles de pulgares.
Incluso, como los peregrinos de antaño, llevamos un atuendo específico, como la pamela o el vestido vaporoso de flores. Cada año se peregrina al país de moda para obtener la instantánea con más likes, y se sigue el mismo itinerario marcado por otros viajeros, otros peregrinos que siguieron esa senda trillada a base blogs y consejos prácticos.
El turismo tiene una doble cara porque muchos justifican esta especie de invasión moderna con la gran cantidad de dinero que se genera y con las ventajas que supone para la economía del país en cuestión. No nos equivoquemos, aquí quien se lleva la pasta no es la gente local, son las grandes empresas extranjeras y los gobiernos corruptos en su mayor parte.
No olvidemos que la población local también tiene sus derechos. Como el derecho a que tú no viajes, a que sus tierras no se vean invadidas por hoteles de lujo, a que sus playas no estén masificadas de turistas, a que su cultura no vaya desapareciendo en beneficio de las comodidades de los viajeros. ¿Te has pregunta alguna vez qué opinan ellos?
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